martes, 5 de julio de 2016

Por un beso.

Después de haber estado durante una semana sintiéndome orgulloso de lo que soy, he vuelto a caer en la realidad. Encontré la manera de respirar en un ambiente en el que los osos no andan a cuatro patas (o sí), que hay otros que se lanzan a la piscina y no usan ropa interior y otros que simplemente, son sencillos hombres que te encuentras y deciden besarte. De entre toda la fauna que me podía haber encontrado en Madrid esas cinco noches de Orgullo Gay, han sido tres los chicos con los que me quedo. Cada uno, más diferente que el anterior y es que no podía evitar preguntarme si aquello era normal o cada uno tenemos un estereotipo que queremos, y muchas veces necesitamos cumplir. 

El primer día, me encontré con Dani*. Fue algo esporádico y poco previsto. Una unión entre dos chicos que estaba guiada por el alcohol. Ambos dos nos dimos un beso que, amigos, debo admitir que no voy a olvidar. Menudos labios tenía el cabrón. Dani se convertiría en un asiduo whatsapp durante todas las fiestas. Un chico sencillo, algo más afeminado pero que quiso mi teléfono fuera como fuese. Por lo que, ya que el mío estaba apagado, se lo di a su amiga. Fue en ese momento cuando su subconsciente le falló y me hizo creer que quería verme más, pues me dijo: más te vale que sea tu verdadero número, capullo. No sé si será ese aspecto de chico malo o qué lo que nos atrae a todos nosotros, y también nosotras, pero él lo tenía y era digno de saborearlo. Así pues hablamos todos los días intentando quedar antes de que me fuera a Vitoria, mi ciudad de toda la vida. Pero fue un fracaso absoluto, el no estaba por la labor y yo menos de perder el tiempo, así que el destino acudió a mí y a mis amigas para darles la razón; hizo que todas las noches sobre la misma hora se me apagara el teléfono, cansado de escuchar un; Joder, quiero verte, pero no sé. Amigos, ahí es cuando debéis acudir a la mejor consejera de todas, que no es Oprah, si no vuestras amigas. No paraban de preguntarme si merecía la pena o no pero yo no podía dejar de repetirme ¿somos nosotros unos masocas que buscamos a cualquiera y nos ilusionamos tan rápido, o simplemente podemos dejar pasar estos líos de verano más rápido que una foto de Snapchat? Ese mismo día, coincidí con Pablo, un chico de lo más natural y que me dejó enganchado hasta el último día que le vi. Todo el mundo le conocía y aún no sé por qué. Supongo que todo quedará en el olvido, pues no daba su teléfono a nadie, y no sé nada más de él.

El quinto día, me encontré con Adrián*. Aquel si que fue un chico que me dejo un poco tocado y hundido. Mira que no creo en los accidentes a simple vista, pero no sé que me pasó con él. No era para nada alguien en el que me fijaría si no hubiera estado sentado en el portal de mi amiga, a la que adoro y me hacía esperar al momento exacto para ir a tomarnos un buen cóctel. Así que allí estaba él, con sus sandalias de David Delfín, desgastadas ya del uso y una camisa que dejaba entrever el pelo en pecho de un hombre desarrollado. No sé ni cómo ni en que momento, pero gracias a mi amiga, terminamos los dos contra la puerta de su portal enrollándonos como si no hubiera un mañana. Me exigió mi teléfono, apagado como siempre, para hablar conmigo. Me prometió que volvería, que iba a estudiar en Madrid el año que viene y que todo era verdad, pues su hermana ya vivía aquí en Madrid. No obstante, cómo puedo ser tan iluso de creérmelo. Que sí, que comenzaremos hablando mucho, nos prometeremos la Luna, pero poco a poco nos olvidaremos y nuestra conversación acabará en el fondo de la lista de contactos. Esa es la manera que tiene Whatsapp de decirnos que esa persona nos ha olvidado. Así que no sé si será verdad o mentira, y de camino a casa me preguntaba repetidamente si podría tener razón, si de aquí saldría algo mágico o quizás no, que mi amiga lo había aprobado y eso me hacía feliz pero, ¿necesitamos sentirnos queridos porque los demás nos lo dicen o por que realmente necesitamos sentirnos así? No sé si por casualidades de la vida, o por la cachondo que me había dejado Adrián, me encontré con el vecino de mi amiga, Fran*. Un tío de armas tomar que había experimentado su crisis de los cuarenta estando ahora en Madrid y buscándose a cualquier chico de veintipocos años para follárselo en su cama de dos por dos. Si algo tenía Fran era que era completamente sincero. Supo halagarme con caricias, palabras y gestos; hasta llegar el punto en el que le sobe soberanamente frente al Hotel Oscar. 

Sin embargo, tras todos estos enfoques de tíos completamente distintos, de superación de agobios ilimitados a las tantas de la noche, de exigencias de besos y abrazos cuando no lo son necesarios, hay algo que como siempre, no me falló y es que prefiero mil veces conocer a chicos de pasada bien acompañado por una buena y fabulosa amiga que me los quite de calle. Sí, puedo ser un idiota y no haber disfrutado de estas fiestas tanto como podría haberlo hecho, es más, ¿somos personas dispuestas a conocer a otras personas y pasar un buen rato o solamente somos adictos a los enamoramientos fugaces? Puede que algún día consiga responder a esa pregunta. Hasta entonces, tendré que esperar al siguiente Orgullo para demostrármelo.


*Nombre cambiado para proteger al verdadero inocente.


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