martes, 7 de junio de 2016

Padre sabe más.

Dentro del mundillo de razas que pululan por el universo de los hombres madrileños, existe una que me llama bastante la atención. Se trata de ese tipo de abueletes que intentan conquistar a jóvenes efebos con dinero, cenas en restaurantes caros y regalitos de los que no te traen los reyes, pero que te encantaría que te trajeran. Según la wikipedia inglesa, se llaman Sugar Daddies

Que conste que yo no tengo nada en contra de aquellos a quienes les gustan, aunque se lleven más años que tiempo le costó a Rapunzel peinar su melena. El tema en este caso son los hombres de musculados brazos y pelo canoso, cubiertos por una sed de sexo joven.

Esto me lleva a una experiencia que tuve en un viaje un poco loco por zonas francesas. En mi vida me había cruzado con un Sugar Daddy hasta que llegué allí. Un día que entre copa y resaca decidí hacer un tour por algún lugar que tuviera un poco de cultura, por aquello de sacar fotos y enseñarlas en casa, vi a un pedazo de tío maravilloso, marcado tanto o más que los abdominales del mismísimo Matthew Daddario. Supuse que todavía no me había despertado de la noche anterior, así que me restregué bien los ojos, pero allí estaba él, mi supertío, uno en kilómetros a la redonda. Esto último me sorprendió, puesto que era de la raza musculoca y estas no suelen ir solas ni al baño. En fin, que de repente lo veo hablando con un tío, que podría ser mi padre, envuelto en esteroides y barba canosa, pero imaginé, sin querer pensar mal, que sería algún familiar y que lo acompañaba de excursión. Total, que me subo en el tren que nos llevaba al lugar en cuestión y aquel hombretón comenzó a darme cancha. Que si era español, que si la zona a la que iba estaría llena de maricones, que si el supertío era su pareja y que llevaban 10 años juntos... 

Ahí ya empezó todo a descuadrarme.  

No entendía mucho de que iba el tema, pero los dos eran muy simpáticos y el machomen cuarentón empezó a invitarme a comer, a que usara el jacuzzi del hotel... Claro, uno no es de piedra, y me tuve que dejar agasajar. El caso es que el supertío lo veía como algo normal, algo demasiado normal, como que había otros jovenazos cerca y les miraba con ganas de marcha, por lo que no podía evitar preguntarme, ¿eran ellos los incomprendidos y necesitaban una mano amiga para ser escuchados o era yo que hacía mucho tiempo que nadie me halagaba y estaba necesitado de roces? Yo solo flipaba. No por la situación, cosas más raras me han pasado, pero ver al abuelete como veía también el tema y no decía nada... incluso se piraba a la habitación para que el megatío hiciera lo que le daba la gana (follarse al super chulazo con el que estaba ligando). En fin que visto el panorama yo puse pies en polvorosa enrollándome con el primero que encontré, que tampoco estaba mal, por cierto. Un príncipe digno de cuento, afrancesado pero no francés, de largas piernas y tez morena. 

Cuando besé los labios de mi príncipe no pude no preguntarme qué sentiría aquel supertío al besar los labios carnosos del hombretón y viceversa, al saber que mi supertío se había estado restregando con otros tíos. Aún así conozco a Sugar Daddies que cumplen a rajatabla con las leyes de la monogamia, que no complacen con deseos lujosos y mucho menos lujuriosos. Supongo que será uno entre un millón y que este gran amigo mío es un afortunado por haberlo encontrado. A pesar de todo, y de no haber sacado apenas ninguna foto de las vistas ni los museos; amigos, ya he descartado, por raro que parezca, una gran parte de los hombres pretendientes a mi trono. Tener a un supertío, pase, pero un hombre que me pague por estar con él y complacerle, a aquello renuncié totalmente. 

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