viernes, 7 de octubre de 2016

A buen entendedor pocas palabras faltan.

Todo se reduce al sexo. Al sexo y a los tíos buenos, claro.

Según un estudio los heteros piensan cada 28 segundos en el sexo... los gays cada 9. Y es que es así, piensas en salir de fiesta, ligar, follar o hacer el amor y después ver si se va a quedar para algo más o no. Y así son todas las discotecas de ambiente de Madrid. Así que allí me encontraba yo, con mi culo pegado a la barra con una copa en la mano que me había invitado un cachas con purpurina en los pezones y mi gran amiga. 

Ambos estábamos de cacería, difícil para ella más fácil para mí. Aún así, nos quedábamos boquiabiertos, algo nada recomendable en zonas peligrosas como PK2, cuando vimos pasar al tío diez. Sin embargo, el tío diez, había sido superado por el tío once, y el tío doce que seguía tras él. Aquello parecía un partido de tenis. Pero cuando por fin me di cuenta de que alguien de entre todo el gentío estaba clavando (no penséis mal) su mirada en mí, me dejé llevar. ¿Por qué no? Iba ganando tres a dos a mi amiga, así que estaba claro quien iba a ganar. Era un tío... bueno, que digo un tío, un hombre, con un culo perfectamente cincelado. Estaba perdido. No se si eran las luces de colores, el alcohol o qué, pero no paraba de preguntarme ¿debía mandarle a la mierda o desistir de mi represión e ir a su casa a demostrarle mis ganas de romper con la sequía? Así que puse en marcha el modo medusa, y me dejé llevar a ver dónde me llevaba. Y efectivamente, a algo totalmente placentero. No, no terminó empotrándome contra la pared de gotelé de su casa, si no que lo único que hicimos fue besarnos. Sí. En todos los rincones de la discoteca, pero solo besarnos. Y no porque yo le dijera que no iba a ir más allá. Si no porque el no paraba de decirme que disfrutaba así, sintiendo que alguien quería besarle y ya esta. A ver, no nos engañemos, los dos estábamos más empalmados que otra cosa, pero él sentía que era parte de algo. Suena romanticón eh. Yo tampoco lo entendía. Un tío, de metro ochenta, cachas, sin camiseta, con unos vaqueros que apenas dejaban que la sangre circulara correctamente diciéndome que se sentía parte de algo...

Estaba rompiendo con los estereotipos, y eso me gustaba. Vamos a ver, me sentía como cuando una tía dice haber cambiado de acera a un gay, con esa ilusión. Pero fue entonces cuando paré. Estaba juzgando a alguien por lo que se veía por fuera. ¡Yo! El que siempre exige que se le conozca antes de que cualquiera gire la mirada con desprecio. Y me di cuenta. Desde que había entrado en la discoteca, en lugar de pasármelo bien y disfrutar, sólo había estado haciendo lo que más odiaba de los demás, ponerle etiquetas a todo aquello que se moviera o bailara de cierta manera. ¿El juzgado se había convertido en juez? ¿Desde cuando? Así que después de haberle hecho eso a aquel tiarrón, (y muy a mi pesar...) deje de besarle, agarré a mi amiga y nos fuimos a casa. No sé si Mister Cachas entendería algo pero su sonrisa de agradecimiento lo dijo todo.